martes, 16 de junio de 2015

Ciencia



Bioluminiscencia

El océano, el mayor hábitat del mundo con diferencia, cubre más del 70% del planeta y su profundidad media es de 3.600 metros. Por su naturaleza extraña e inhóspita para nosotros los humanos, se mantiene relativamente inexplorado, en particular las vastas extensiones alejadas de los grandes caladeros, los arrecifes coralinos y los puntos de mayor actividad investigadora como son las chimeneas hidrotermales.
Esas grandes extensiones son las que interesan a Haddock, el director de la expedición. «Quiero mirar allí donde no mira nadie», me dice. En campañas anteriores, su equipo halló y describió por primera vez numerosas especies luminiscentes, entre ellas los famosos «bombarderos verdes», unos gusanos nadadores abisales que expulsan sacos de deslumbrante luz verde («bombas») cuando se sienten atacados.
Para explorar las regiones más profundas del océano, Haddock y sus colegas utilizan un vehículo dirigido por control remoto (ROV) capaz de capturar animales de movimientos lentos y llevarlos con vida a la superficie. Se trata de una recia estructura metálica, equipada con videocámaras, faros, sensores y cables, además de un par de brazos robóticos, un conjunto de recipientes de plástico transparente con tapa en los dos extremos y una espátula de cocina. ¿Una espátula de cocina?
«¿Para qué sirve?», pregunto, señalándola.
«Para escarbar en el lecho oceánico», aclara Haddock.
Son las siete de la mañana y el ROV está a punto de salir. Hombres con casco van y vienen, efectuando las últimas comprobaciones. Entonces, un enorme brazo metálico levanta el ROV de la cubierta del barco. A continuación, el suelo donde estaba apoyado se abre y revela un cuadrado de mar varios metros más abajo. El brazo metálico baja el ROV al agua y, un momento después, el vehículo desaparece bajo las olas.

Como lugar donde vivir, el océano presenta un par de peculiaridades. La primera es que en su mayor parte no ofrece rincones donde esconderse. Por eso, la invisibilidad es una gran ventaja. La segunda particularidad es que la luz del sol disminuye hasta desaparecer a medida que uno desciende. Lo primero que se pierde es la luz roja; después, las bandas amarilla y verde del espectro, dejando solo el azul. A unos 200 metros de profundidad el mar está sumido en una especie de penumbra perpetua, y hacia los 600 metros la luz azul también desaparece. Esto significa que la mayor parte del océano está sumido en la más completa oscuridad. De día y de noche. Todos esos factores combinados confieren a la luz una gran utilidad como arma, o como protección.
Consideremos el problema de la invisibilidad. En las capas superiores del océano, la parte donde penetra la luz, toda forma de vida que no logre mimetizarse de alguna manera con el agua se arriesga a ser descubierta por algún depredador, sobre todo por aquellos que la ven desde abajo.

Fuente: http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/ng_magazine/reportajes/9954/bioluminiscencia.html?_page=2

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